Tanto la fibrosis hepática como la esteatosis de ese mismo órgano son responsables de la disminución de sus funciones, lo que compromete nuestra vida y, potencialmente, la de nuestros seres queridos.
Al igual que muchos otros órganos como el corazón el cerebro o el páncreas, no podemos vivir sin el hígado. Es el responsable de limpiar y procesar la inmensa mayor parte de las moléculas tóxicas que viajan por nuestro sistema circulatorio. Este proceso se llama metabolización, pero no es el único que lleva a cabo este órgano. También se encarga de liberar en nuestro torrente sanguíneo la cantidad de glucosa necesaria para que nuestro cuerpo siga funcionando, la síntesis de proteínas, almacenamiento de vitaminas…
Pero lo más sorprendente que tiene esta parte de nuestro organismo es la capacidad para regenerarse. Una persona puede donar hasta 2/3 de su hígado (en concreto el lóbulo derecho), a una persona que lo necesite. Eso supone la pérdida de un kilo de nuestro peso (de media), teniendo en cuenta que su masa total está situada en 1,5 kg. El periodo de tiempo que transcurre entre la retirada quirúrgica de esa porción de órgano y su regeneración completa son sólo 15 días. De todos modos es sólo la masa lo que se recupera por completo, tanto la forma como la vascularización interna del órgano quedan afectadas, tardando meses en recuperarse. De todos modos, como explican desde el Departamento de Cirugía de la University of California San Francisco, en los transplantes entre adultos, la vesícula biliar se pierde, cosa que no pasa si donamos a un niño.
Los transpantes de hígado de paciente vivo se llevan realizando desde mediados de los años 90 en el caso de los niños, y desde el año 2000 en el caso de los adultos. Esto ha permitido que gente que antes moría por no recibir un transplante de donante cadáver a tiempo, ahora tenga muchas más posibilidades de salir adelante gracias a la ayuda de familiares y amigos.
El problema es que esa increíble capacidad que tiene este órgano de regenerarse (el único que puede lograrlo) puede verse comprometida por enfermedades más que relacionadas con la alimentación. Éstas son la cirrosis y el hígado graso.
En el caso de la primera, lo que ocurre es que tiene lugar la etapa final de la fibrosis (endurecimiento) del hígado. Esto provoca que no realice las funciones que debería llevar a cabo. Su desarrollo puede, además, provocar otros síntomas muy molestos debidos a un aumento de la presión en la vena porta, “como la hemorragia digestiva por varices esofágicas o gástricas, la acumulación de líquido en el abdomen y piernas, encefalopatías”, explican desde la Sociedad Española de Medicina Interna.
Las causas de la cirrosis son el abuso crónico de alcohol, las hepatitis víricas B y C, y enfermedades autoinmunes o hereditarias.
Por otra parte, el hígado graso (o esteatosis hepática), puede deberse al consumo de alcohol, pero también puede aparecer de forma independiente, con lo que se lo denomina ‘no alcohólico’. Como apuntan desde la Clínica Mayo en Estados Unidos, es “un término genérico para múltiples y variadas afecciones hepáticas. Su principal característica es una gran acumulación de grasa visceral en las células del hígado”. Como explican desde la reputada organización médica, “se caracteriza por la inflamación del hígado, que puede avanzar hacia la cicatrización y el daño irreversible”. En sus estados más avanzados, puede provocar cirrosis (independiente del consumo de alcohol) e insuficiencia hepática.
Las causas conocidas de la esteatosis hepática son:
- Sobrepeso u obesidad.
- Resistencia a la insulina (como la que produce la diabetes tipo 2).
- Elevado nivel de glucemia (azúcar en sangre).
- Altos niveles de triglicéridos en el torrente sanguíneo.
Es en este caso que, si queremos preservar un hígado sano, no sólo para nosotros mismos, sino también por si algún día un amigo o familiar lo necesita, lo mejor que podemos hacer para prevenir el hígado graso y la cirrosis es:
- Limitar el consumo de alcohol, alejándonos de un consumo excesivo y/o crónico.
- Seguir una dieta saludable(como la mediterránea).
- Reducir nuestra grasa corporalpara evitar el sobrepeso o la obesidad.
- Realizar ejercicio de forma regularpara reducir los niveles de azúcar en sangre y también de determinadas grasas.
Cuando nuestro hígado sufre alguna de estas dos enfermedades, pierde la capacidad de regenerarse. Esto no es malo sólo para donar, sino también para su funcionamiento. Los hepatocitos (las células del hígado) son capaces de autodestruirse para eliminar moléculas nocivas para el resto del organismo. Es por esto que, si son incapaces de regenerarse, la función hepática puede verse perjudicada.
Fuente: elconfidencial.com